A 40 años de la revuelta que dio un vuelco al capitalismo.
Ahora se recuperan memorias parciales de aquellos estallidos revolucionarios, en el trasfondo de una nueva crisis mundial de acumulación, agravada por el utopismo salvaje de especuladores sin escrúpulos.
Los medios de comunicación de masas nos devuelven, estos días, un recuerdo devaluado, despolitizado, una memoria reducida a revivir las bravatas de una juventud inconformista que reivindicaba en la calle otro estilo de vida (el de hoy), una libertad entendida como individualismo posesivo (Mcpherson, Martuccelli).
La juventud que se echó a las calles aquel mayo además de inconformista cultural y rebelde, se pronunció políticamente: contra el totalitarismo capitalista, contra la guerra fría, contra todas las cortapisas institucionalizadas y quiso, con su protesta, levantar los adoquines de una sociedad unidimensional.
Les Héritiers (Bourdieu y Passeron) habían alcanzado cotas de educación impensables quince años antes. La sociedad del trabajo parecía un mundo enloquecido y claudicante, bajo un régimen de producción alejado de las expectativas de los trabajadores. Las fábricas eran un réplica de las prisiones (Foucault), bajo la tiranía de la cadena de montaje.
Nueve millones de personas movilizadas en Francia: la mayor revuelta de la Europa desarrollada tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.
La huelga general más grande de la historia de Francia tuvo lugar en torno a esta fecha.
Luc Boltanski y Eve Chiapello han analizado las consecuencias de esta explosión popular y las lecciones que aprendió la gran burguesía de ella. Cómo desactivaron la disidencia política para extraer un "nuevo espíritu" del capitalismo; más individualista, más consumista y con mayores grados de libertad y autonomía en las relaciones sociales. Estos cambios tuvieron consecuencias para las identidades de los individuos: abandonar los proyectos colectivos, disminuir las dependencias del exterior social. Cuando Deleuze habla de "dividuación" expresa mejor que nadie las consecuencias sociales para el sujeto post-mayo 68. La flexibilización de las relaciones sociales tiene su contrapartida: un individuo más solitario, ocupado en su vida cotidiana de crearse la identidad que cree merecer. En la esfera del trabajo disminuye la rigidez vertical de la organización, el individuo entra en relaciones horizontales con otros individuos; su identidad como trabajador se resquebraja. Se inician proyectos de vida precarios, es el precio de la "libertad". La inseguridad invade a este individuo autónomo, que ahora va a necesitar el apoyo psicológico del experto, la medicalización de su vida, el cuidado de sí permanente.
En mayo de 1968 los movimientos sociales alcanzan su punto álgido en el mundo occidental. Pero a mediados de los 70 la crítica social decae en todo el mundo desarrollado. El capitalismo asume, de acuerdo con Bolstanski y Chiapello, las transformaciones impulsadas por la ola de rebeldía; el principio de acumulación sirve como autojustificación y convergencia con los movimientos críticos del capitalismo, encontrando en ellos el modo de garantizar su supervivencia.
En 1970 el sociólogo Michel Crozier presintió que las críticas anti-institucionales desarrolladas por el movimiento de mayo 68, una vez despojadas de sus referencias revolucionarias, podían abrir el camino a una sociedad más liberal, situando el mercado en un lugar mucho más importante que en el pasado.
El nuevo espíritu del capitalismo asume las propuestas emancipadoras e igualitarias en su propio provecho: el antiestatalismo de las nuevas corrientes de izquierda en los años 60-70 supuso la renuncia al Estado de bienestar y favoreció un alineamiento con las tesis anti-Estado del liberalismo.
Boaventura de Sousa Santos ha visto en esta absorción de reivindicaciones emancipadoras el agotamiento del paradigma de la modernidad. Todos los espacios sociales han sido ocupados por la regulación antiemancipatoria. Vivimos en una sociedad agotada por el exceso de regulación, por el peso insufrible de una "razón indolente" que atenaza nuestras vidas. Necesitamos abrir nuevos caminos a proyectos liberadores.
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